"Para mí, aunque quizás no tenga un objetivo concreto, la literatura y la expresión escrita posee mucho poder. Y si bien no sea un mecanismo para cambiar nada ni a nadie, al menos hace que tengas un mejor día y más llevadera la vida... que aquí en nuestra jodida Lima ya es mucho"

Hernán

viernes, 21 de marzo de 2008

El ocaso

El cielo venía con nubes desde el este, que parecían escoltar el río, aguas arriba. Ocho aves cruzan el cielo y se van rumbo al Rímac, una de ellas vuela un poco rezagada. Aún está azul el cielo detrás del cerro San Cristóbal. Hay luces que juegan sobre las nubes, pero por el otro lado el cuelo está pintado de un color gris apretado, el ocaso solo es una leve tonalidad naranja sobre ellas, como si el cielo fuera estuviera en brasas. La noche se aproxima con algunas tímidas gotas que caen sobre el asfalto.

Detrás del huerto municipal, baja un grupo de muchachos, buscando problemas en este lado de la falda del cerro. Aquí los están esperando, hay mucha gente para en la esquina y la mayoría son jóvenes que no pasan los quince años. Ellos saben que buscan problemas, y se los van a dar, a pesar de que a muchos de ellos los están llamando sus madres y les gritan para regresen a casa inmediatamente. No lo van a hacer.

La televisión se ha encargado recordarles que siempre hay cuentas pendientes que se pueden cobrar…

* * *

Ella vivía en La Victoria, así que lo que pasó no le sorprendió. Pero sí la preocupó: tiene una sobrina de la misma edad. Tomó un sorbo más mientras miraba por la ventana. Creo que debemos irnos ya. Tongo cantaba en la tele, la gente ríe efusivamente. Deberían grabar un unplugged. Aún no, dijo. Yo me soltaba de piernas. Mucho tiempo hacía de eso. Ella aún lo tenía fresco en la memoria.

Si por mi hermana fuera, esa mocosa acabaría igual. Yo no lo hubiese dejado. Lo sé, M., lo sé. Y le dije que esta no será la última vez que pase, y no será la ultima vez que haya un circo mediático que se encargue de hacerles recordar a todos que la tele y la prensa son las ventanas para que ellos parezcan más peligrosos, agigantados, presentados como los demonios de las zonas suburbanas. A nadie le importa que queden estigmatizados.

En ese lugar alguna vez pasará algo, me decía. Todos los fines de semana están ahí sin control, pasa de todo y los vecinos intranquilos y la policía de brazos cruzados. Un día de estos matarán a alguien. No ve tele, nunca lo hizo, pero ella vive a pocas cuadras de 28 de Julio. Escuchó las ráfagas, entró al cuarto de su sobrina y la abrazó.

* * *

La china Carmen llamaba a sus hijos. Subí al techo y vi al grupo que rodeaba el huerto para entrar a la calle donde los esperaban. Los chicos no se movían de ahí. Uno del grupo sacó un celular y le dijo a otro que el grupo venía con armas. Aquí también las hay. La china Carmene carajeaba, se calzó para ir a llamar a sus hijos.

La última vez que hubo una pelea así hubo un muerto, que fue encontrado horas después. Lo habían acuchillado. Ahora había plomo. ¡Plomo! Se escuchó un grito la china Carmen empezó a correr. Cuando uno es espectador qué puede hacer. Mucho: alguien llamó a la policía, que por suerte llegó, cuando muchas veces “no tienen para la gasolina”. Uno de los muchachos que está llegando es el hijo del primo de uno de los suboficiales de la comisaría.

Lo peor no ha pasado, pero las “cuentas” seguirán sin ser saldadas. El ocaso viene a cubrir el cielo. La lluvia seguirá un momento más.
Foto: La República.

domingo, 16 de marzo de 2008

¡Apágalo!

A Lima le cuentan el cuento y le meten el dedo, mientras ella, sonríe salivosa y oligofrénicamente cuando a las nueve de la noche Magaly Medina hace su entrada triunfal entre estiércol y malolientes llagas.

Ella, reencauchada, sonríe a las cámaras, con las tetas otra vez (contra Newton e inclusive Einstein) en su lugar, el que ya hacía tiempo habían abandonado (el mito del eterno retorno), es decir, todos vuelven; la sonrisa plastificada con celofán y bien cosida a la nuca, para que no pierda el brillo durante la noche

Ahí empieza la función…

Yo no veo fútbol. Mucho menos me interesa quién diantre juega en tal o en cual equipo; lo que sé de César Vallejo es por lo poco que he leído y que murió en París y no se corrió, que hay una universidad y un equipo de fútbol que llevan su nombre en Trujillo (además de una academia en Lima, pero no cuenta) y que la casa de un tío mío queda cerca de la avenida Larco de esa ciudad, a unas pocas cuadras del dichoso campus.



Así que si alguien me venía a hablar de un tal Tenchi Ugaz a mí me iba y me venía, si se había casado con Sara Manrique, bien por él,
si le sacó la vuelta con una tramposa de por allá (Trujillo) a mí me daba igual: "no me va a llevar a la riqueza ni a la pobreza". Pero a Magaly sí. Y a costa de hacerle una lobotomía masiva a toda la población, pobre (en educación) y siempre maltratada.

Son… ¿cuántos cuentan ustedes? ¿Dieciocho?, ¿cuarenta?, ¿ciento ochenta y siete años de depredación cerebral? A las diez de la noche, por avenidas de nombres tan norteños, un Honda deportivo: él. Ella, despampanante y carnosa, esperaba ansiosa el encuentro, y se lo hizo saber con todos los besos que le dibuja en los labios con los suyos, que estaban hechos de fuego. Y desde aquí más paleteo, baba, sangre concentrada en pocos centímetros cúbicos y la jocosa broma de los urracos cuando los valientes guerreros entraron al campo de batalla; yo pienso en el yítulo de una película: "sin lugar para los débiles".

De ahí lo de siempre. Magaly rayó en sintonía: hizo más de veintitrés puntos. Salió Sara y lloró y acusó; salió Tenchi y pidió perdón, creo que también lloró; salió la jugadora de otras canchas (y de otros estadios) y dijo ser
una madre sin remordimientos. Lima perdió trillones de neuronas y sufrió de una deshidratación salivante.

Lo que les cuentos, ojo, no fue porque vi el programa, no. Solamente leí los diarios y algunos
otros blogs que me informaron de que el 'rialiti' show iba a ser llevado por la gran Sarita hasta la denuncia, porque esto había sido una confabulación, un andamiaje para traer abajo su matrimonio. Salud, Sarita. Quizás algunos escritores te crean, o no, ni siquiera hace falta creerte, simplemente hace falta algo de imaginación para hacer de tu historia una especie de Atonement chicha. Total, dicen que los escritores hurgan por cualquier lado.

No queda, señores, otro remedio que apagar la tele, desaletargar esa cosa que en la cabeza les pesa (entiéndase cerebro, no cuernos) y ponerse a leer al menos los diarios on-line. Lo que sea, pero apaga la tele. Ay, Lima, qué triste se ve tu encefalograma.

viernes, 14 de marzo de 2008

... en los taxis

No soporté más y me tuve que enfermar un poco de Collective Soul para sentirme algo mejor. A veces Lima no ofrece siquiera sonidos violentos, a veces ofrece nada, una procesión lenta de autos que van como si arrastraran los pies hacia el patíbulo de cada día. Así que decidí en chufarme otra vez y convertirme en

Reo Libre Plugged

para no dejar que cayera me anulara por completo, y para darle algo de mantenimiento a mis oídos, llenos de música de combi limeña.

All your weight it falls on me, it brings me down.

Así es la salida, de ahora y de siempre de San Juan de Lurigancho. Una salida que con ciertos matices de velocidad, dependiendo de la hora, siempre es una letanía de gases, caucho y calor, que no termina sino en Acho, muchos minutos después.

Los taxis, por eso, siempre quieren salir de ahí, pero no quisieran volver a entrar. No desean volver al infierno aun estando en el centro. Para ellos es mejor ir para cualquier otro lado, pero menos meterse a ese embudo sin salida. No ha sido una ni dos sino muchas veces que un taxista, en el Plaza Mayor, en la San Martín, en la San Miguel, en San Isidro, en donde michigan sea, cuando sonriente preguntaba si me podía dejar en Caja de Agua, antes de que yo terminara de pronunciar la palabra ‘agua’, el taxista ya había salido espantado, no sé si pensando en su integridad (creyendo que ahí lo iban a hacer carnitas) o en todo el combustible que tendría que quemar entrando hacia la cloaca. O quizás ambas cosas.

–Pero Christian, no seas sonso: por qué no dices mejor que vas a Zárate.
–Es la misma vaina, varón, igual no quieren entrar.

Ahora, cada vez que tomo un taxi para mi casa, primero respiro hondo y le empiezo a contar un lindo cuento al tachero [taxi : tacho :: taxista : tachero (N. del E.)]. Solo así luego de sutiles promesas de no llevarlo más allá de lo evidente, de que él no morirá en el camino y un montón de cosas más atracan llevarme a mi casa por un monto más o menos (ir)razonable. Sacrificios que se tienen que hacer.

Justificado o no el rechazo, los taxistas, los pocos que vienen, tienen mi gratitud, pues me han salvado de muy buenas. Sobre todo en la última donde me quedé dormido casi en el último paradero de la avenida Wiesse, y no tenía un solo cobre en el bolsillo. Menos mal que en casa me podían prestar, y pude tomar un taxi que me llevó hasta allá. Grande, tío.

Las veces que tengo que tomar taxi al trabajo, en la mañana, es también un jolgorio insufrible. Mi casa está ubicado justo en la salida de toda la cloaca, es por eso que todos los carros (buses) pasan llenos y casi todos los taxis también. Sin embargo, siempre hay oportunidad para disfrutar de alguna canción hermosa como Ten Years Later o After All, mientras el sol de marzo se oculta entre las frescas nubes y el smog me da de lleno en la cara.

Excursus

Piénsalo. Es una gran empresa y no hay pierde: Escribir los libros, publicarlos, presentarlos ante la sociedad y buscar un par de giles que lo reseñen. Además, en plena presentación, podríamos improvisar un par de peleas, o un arranque de celos de una cornuda que encuentra al infiel en pleno discurso del editor. Aseguramos chisme, libro, ventas y todo lo demás.

Suena divertido, ¿no? Podríamos ir afinando poco a poco la idea y dejar que fluya tranquilamente mientras pienso dándodole vueltas al posavasos mojado con un poco de cerveza que cayó de la botella.

Quizás y hasta se hace un poco de plata, quién sabe. La noche fuera del local transcurría, un escritor más era proclamado como un grande en nuestra literatura. Ahí va Germán Leguía a saludarlo. Ya, chino, pídele un ejemplar, gratis nomás, por el bien de la cultura en nuestro país. Sigo fumando sin atreverme a cercarme a ese que alguna vez fue el compañero de carpeta, el primer puesto de su facultad, el becado por la DAAD para seguir estudios de especialización en no sé qué mierda, el que ahora vuelve, traspirando sabiduría y mundo, dándole algo de luces a estos pobres tercermundistras que se agolpan a depositar su cuota de condescendencia con una palmadita humillada sobre sus hombros.

No, chino, cálmate. Van a pensar que eres un resentido de mierda, y ese lúpulo aquí no pasa. Si quieres ser resentido, a la facultad de Derecho nomás. Puta madre, tío, cómo cagas gente. Es la verdad, cuña'o. Está demás que te hagas hígado por lo que ves. Mejor junta tu plata, paga la publicación de tu novela y listo, a la mierda con todo; tú también tendrías tus quince minutos de gloria, contarías una historia impostada sobre un caballo al que siempre quisiste, por más que nunca haya montado uno de tu nula vida, pero suena bonito, ¿no?

A veces me asaltan unas ideas...

Pásame el lapicero, chato.

jueves, 13 de marzo de 2008

Oasis

Lo he dicho
con más palabras que voluntad
pero lo he dicho
tragando la saliva que quise escupir sobre algún rostro
de esos que me asaltan en las noches
que se atropellan en las gradas
de un estadio cualquiera
por algo me dijeron que cerrara los ojos
y que contara hasta diez
mientras la luz
limpiaba la hoja de las cuchillas
y yo me sacudo la caspa de los hombros

por algo lo dije esperando
detrás de la puerta
debajo del techo
a un lado de una chimenea grasosa
ansioso de ver llover sobre las heridas
pasadas cansadas muertas de aburrimiento
quietas en la superficie azogada
de tu espalda y de tu vientre
como si fueras un oasis
en un cementerio de otras pieles muertas

hoy hará frío
y es necesario que me pases esa manta
es raro que nieve a estas horas

martes, 11 de marzo de 2008

El frágil laberinto del general

Sudamérica aún duerme la noche de sus caudillos. Aquellos que dejaron que la Metrópoli se fuera tranquila con las arcas llenas de indemnización y que nosotros, con todos los elementos para poder conseguir una sólida integración, aún estemos esperando que un Bolívar nos saque del agujero. Un Bolívar que dicho sea de paso murió solo, que dividió a Sudamérica a sus anchas, y que más que unirla bajo una sola bandera común quería unirla bajo su propia bandera.

A diferencia de Bolívar, Chávez maneja petróleo y mucho poder de influencia en un continente que ebulle de gritos de reivindaciones sociales. Gritos que aclaman por un libertador y que creen ver en Hugo Chávez a aquel Bolívar prometido que traerá el salmo de los nuevos tiempos a la región. El modelo planteado por él y sus allegados Morales y Correa no es el modelo que sus vecinos más próximos siguen: Colombia y Perú, más orientados a una política liberal que interpretan la integración en una clave distinta.

¿Qué se hace en esos casos? Sacar a los gobernantes, con sistema y todo, por la ventana. O hacer una guerra hegemónica, una de las tantas que ya tuvo Europa (aquella de la actual Unión Europea). A Colombia nadie pudo apoyar abiertamente porque cometió una falta grave. Y era necesario, para Correa, saber si Alan García estaba o con él o con Uribe. Alan le recitó el monólogo de Segismundo de La vida es sueño, aquel de su discurso de llegada al país. Quizás Correa no vio las noticias por esos años.

Perú no podía apoyar por ningún motivo a Colombia. No solo porque apoyaría ese hecho antijurídico de violación de soberanía, sino que Ecuador sacaría debajo de la manga su histórica carta chilena, histórica porque Chile, como parte de su plan geopolítico, será siempre aliado de Ecuador en contra de intereses peruanos, sino porque García quedaría como Uribe: con tropas en las puertas de Tumbes y en Arica. Ni qué decir Evo, o quizás ni haría falta que mande a su ejército a tomar el sol en el lago Titicaca.

Ahí entrarían a tallar la influencia para uno u otro lado de Brasil y Argentina, y de los demás países del Mercosur. Y esto ya parecería las Eliminatorias al Mundial de Fútbol. Asimismo saldrían viejas heridas: la Patagonia, las Malvinas, la guerra del Pacífico, el Chaco, y tantas otras que hacen de nuestro joven continente un potencial polvorín irresponsablemente utilizado por Chávez. No es exagerado pensar esto. Basta solo haber visto algo de las noticias los últimos días.

La integración que se busca en Sudamérica aún está muy lejos si todavía se tienen caudillos sueltos. En Europa, su aún muy imperfecto modelo de integración no se logró porque franceses y alemanes se hayan unido en una larga noche romántica para olvidar sus viejos rencores. No. Business are business. No es nada personal, es cuestión de negocios.

Si hay un imperialismo que nos amenaza a todos, con pequeños imperialismos de juguete con sabor a burrito sabanero no lograremos hacer que todos avancemos para un solo lado, sea este el lado que sea. Esa, por ahora, es harina de otro costal (costal distinto al de nuestros nacionalismos exacerbados, dicho sea de paso).
Fuente de la foto: AllPosters.com

Bohemio

Hoy fui a la cantina de Don Lucho
A beber espantos y un par de sonrisas
Que se disiparon rápidamente
Durante el día

Unos tacones largos
Clavados en mi recuerdo
Qué bella lechuza
Qué invierno tan bohemio
Espíritu de perdedor
Mediocre trapecio de muerte

Ciudad hecha de retazos
Hasta pude ver
La tela de tu vestido viejo
Lechuza que no deja
Mi corazón fermentado

Salud por eso
Salud por lo otro
Que importa
Mamarracho
Botas de tabaco
Hiéreme para no olvidarte
Lechuza del lamparín
Que pestañea

Desde mi lugar
Observo la muerte
Obviarme y no quererme
Maldita la vida
Que me atrapa con sus redes
Invierno querido
Cobíjame en tu secreto de lluvia.

Hecha de tinta

Una hebra de sol
Penetra oblicua por mi ventana
Ilumina un pedazo de espera
Y el insecto nuevamente levanta
Su menuda alita de seda

Sobre la mesa
El vacío cuenta hasta cien
El eco ladra por los pasillos
Una melancólica sinfonía
Del atardecer

Yaciente en las sienes de tu imagen
Ahora en mi bolsillo
Ahora entre mis dedos
Cómplice eres de mi desvelo
Junto a tu cabellera de sueño
Hecha de hoja sin tiempo

Tu rostro es una tinta
de color indecifrable
Y tu mirada el huerto
De Alejandra
Aquel día del silencio
Del beso
Y de la lágrima de mercurio
Recorriendo la cinta de cielo
Sosteniendo
Tu cabellera de sueño.

domingo, 9 de marzo de 2008

El Claroscuro limeño en Mundoblog


Perú 21 sacó una pequeña reseña el día de ayer sobre esta página. Bueno, debemos decir que nos encanta panudearnos de eso, así que por eso lo colgamos, para tirarnos más pana aún.


Esta es la reseña:

Mundo blog
Claroscuro limeño


http://claroscurodelima.blogspot.com/Una
curiosa visión de Lima es la que nos ofrecen Christian Ávalos y Hernán Herbozo,
dos neófitos blogueros que, mediante la crónica, el cuento y la poesía, intentan
darle algún sentido a la que todavía consideran su ciudad. Por más que en ella
solo vean pandillas, fantasmas y madres asesinas, Ávalos y Herbozo no pueden
evitar sentirse parte de 'La tres veces coronada villa'. ¿Coronada? ¿Por
quién?




Este es el link:

http://www.peru21.com/p21impreso/Html/2008-03-08/imp2ciudad0863245.html

1923

Compré, hace ya casi un año un celular en Córdoba, Argentina. Antes, ese celular era Personal (la empresa que me daba la línea, todavía conservo mi chip). Ahora, luego de una gran estafa de más de cien soles, el celular es Movistar. Me acompaña hasta ahora, lo tengo aquí al lado; está cargando.

Pero cuando necesité que tuviera algo de batería para tomar una foto muy interesante no la tuve y la foto la perdí. Pero la imagen aún la conservo muy clara: Era una 5C, de esas que van por Tacna, Wilson, Arequipa, Larco, Benavides, etc., etc. Sobre el chofer no había nada, sobre el retrovisor, una cuadrito de Falabella con motivos navideños (era un dulce en forma de bastón, ya clásico), sobre el asiento del copiloto, el cartelito de panaflex con luz que decía Villa María del Triunfo-San Juan de Lurigancho, ruta EM-02. Y entre este cartel y el espejo retrovisor, la foto de un antiguo gendarme de la Guardia Republicana.


Como tuve oportunidad de sentarme en ese asiento me ganó la tentación de preguntar. El chofer de coaster limeña es una rata, por lo general no tienen mucha educación, y este no me quiso responder a la simple pregunta de si conocía a la persona que estaba en la foto. Pero al final dijo dijo que la foto era de 1923.


Su mirada era la misma mirada de aquel que nos veía a través de los 85 años que nos separan.


"Su nombre es Alejandro, por eso el carro se llama también así. Fue de la Guardia Republicana hasta que tuvo que irse para Iquitos meses antes de que Sánchez Cerro anunciara que enviaría tropas hacia Colombia. Al Presidente lo mataron, pero el abuelo se quedó en Iquitos unos días. Ahí fue donde conoció a la abuela y donde empezó todo.


Ella era menor de edad, y él prometió volver, y volvió unoas semanas después y con una propuesta de matrimonio. Los padres de ella esperarían a que ella tuviera mayoría de edad y así él pudiera casarse con ella".


Llegábamos a jirón Quilca y tuve que bajarme. Tenía que seguir mi ruta hacia la chamba. Pensé que esta sería una historia interesante que contar. No siempre uno consigue un chofer que se dé el tiempo de contar la vida de un abuelo que se fue, y casi nunca uno tiene una cámara cuando la necesita.

martes, 4 de marzo de 2008

Madre asesina a novia de su hijo por bailar perreo

La noche del veintitrés de abril, en completo estado de ebriedad, una joven de apenas quince años de edad asesinó a su novio por haberla dejado embarazada el día que bailaron perreo en la discoteca Pirañus. La madre del occiso quiso hacer justicia con sus propias manos, así que, la misma noche, apenas enterada de la muerte de su primogénito, cogió las tijeras que usaba para cortar los cupones del periódico y fue en busca de la joven asesina. La joven, al darse cuenta que a lo lejos se avecinaba la señora vengativa, intentó escaparse de su casa por la ventana posterior. Al caer a la calle se encontró cara a cara con la enloquecida madre que, sin vacilación, le clavó las tijeras en el cuello mientras le repetía: a mí hijo no le gustaba el perreo. Apenas concluida la carnicería, descuartizó el cuerpo de la joven asesina y la metió en varias bolsas amarillas del Metro.
La mañana llegaba y las bolsas aún seguían afuera de la casa de la joven. Es así como los primeros rayos del sol alumbraron de lleno la imagen de la madre asesina totalmente manchada de sangre. Las bolsas del Metro empezaron a ser cubiertas por moscas gigantes y verdes, y un olor a podredumbre iba girando en el ambiente. La policía cuando vio dicha escena no supo que hacer, y el Teniente se puso a vomitar. Qué carajo, qué mierda, repetía incansable el teniente.

Después de las respectivas pericias de los detectives, llegaron a la conclusión de que la madre, cuando era niña, fue mordida por un perro en la pierna, es por eso que nunca aprobó que su hijo, el mototaxista de apenas veinte años de edad, bailara el perreo de miedo a que le muerdan esta vez el culo. Después de aquellas conclusiones ya todo estaba dicho: hay que meter presa a la madre por no haberle dejado libertad a su hijo. En cuanto a la joven asesina, evidentemente imposibilitada de dar algún tipo de declaración, fue llevada al basural más cercano porque ya estaba oliendo a mierda, según palabras del Teniente.

Un señor de tez cobriza identificó a la señora rápidamente al verla en la comisaría, y le gritó: sabía que andabas en malos pasos, vieja puta. La señora, consternada aún por los hechos sangrientos de la noche anterior sólo repetía sin cesar: mi hijo, mi hijo…
El Policía, no obstante las investigaciones dadas, pensaba, rascándose el mentón, en la remota posibilidad de que la joven víctima haya sido la asesina del hijo de la señora consternada. En ese caso, seguía pensando, la castigada debería ser la joven y no la madre, o tal vez ambas, o tal vez el hijo, o tal vez nadie. Breves segundo después de darse cuenta de lo complejo que era el asunto, salió a verle las piernas a una muchacha que pasaba en minifalda por la angosta calle de la comisaría.
En ese momento, el teniente prendió un cigarrillo, el secretario escribía con dos dedos la palabra o-k-s-i-z-o, el policía se pasaba la lengua por los labios mientras seguía mirando las mismas piernas mencionadas, el perro hacía cola para entrar al baño, el golosinero asesoraba a un señor sobre cómo hacer una denuncia, el choro miraba televisión mientras apuntaban su nombre, Perú perdía uno a cero frente a Chile en las eliminatorias para el mundial Afganistán 2024, Maestri la para de pechito, Pizarro se la pasa al Chorri, el Chorri patea y gol, GOOOOOOLLLLL¡¡¡¡¡ Uno a uno el partido y el choro le da un beso al Policía, el Policía abraza a su compadre el Teniente, el Teniente que golpea el hombro a su hermano el Capitán, el Capitán que deja libre a la señora ya que no festejaba con los muchachos el empate de Perú.

La madre del joven asesinado y asesina de la asesina que asesinó al joven asesinado, regreso a su casa y se asesinó. Asesinados todos, ya dejo de seguir escribiendo estupideces y tú dejas de perder el tiempo. Gracias totales.

lunes, 3 de marzo de 2008

El lío de mi entrada preferencial I


Soy muy desordenado. Y el último desajuste que mi desorden me enyucó fue, luego de que me hiciera un mundo con la falsa noticia de que no habría concierto de Collecitve Soul, que me olvidara, por la sorpresa, mi entrada en un libro de Basadre que salió en uan edición económica en el diario El Trome (Peruanos imprescindibles, Nº 4) en el escritorio de mi cuarto, en mi casa, que, por cierto, queda muy lejos de la ruta que había pensado para ir hacia Ate (Tingo María, La Marina, Javier Prado...).


No había alternativa: tenía que volver a casa. Ejecutar esa decisión, en Lima, a las siete de la noche, atravezando el centro de la ciudad, es una locura. pero lo tuve que hacer. Caballero nomás: taxi a mi casa. En la travesía, como no podía ser de otra forma, dejé un pedazo de hígado como ofrenda a mi salud roída por la renegada gratuita que me gané. Lima es un espectáculo caótico, a cualquier hora del día, pero mucho más cuando estás en un taxi atorado en la procesión eterna de la entrada que entra (y sale) de Chacarilla de Otero en San Juan de Lurigancho. No me tranquilizaba ni escuchar After all de Collective Soul. La tensión para llegar, alistarme, buscar el boleto y salir a atravesar la otra mitad de Lima es demasiado para mí. No mencionemos el problema que siempre padezco: les aterra venir a Caja de Agua. A veces no los culpo.


Desde Zárate tuve que tomar otro taxi hasta el Jockey Plaza. Quince lucas. Caballero. Puente Nuevo también estaba lleno de agujeros porque estaba reparando el pavimento.


–Es por lo del APEC –me dijo el taxista– Se apuran en cosntruir las pistas para que las potencias del mundo, cuando vengan, vean que sí han invertido el dinero que donaron.


Yo solo dije...


–¡Ah ya! ¡Qué bonito!

Gritaría

Gritaría
si tuviera una garganta
que no manche de sangre
y golpearía como si fuera un martillo
de no ser que me oxido
como una hoja que va cayendo
sobre un estanque maloliente
que pudre y pudre
basura, ratas, caucho
río, pelícano y gaviota
extraviado y humilde
iría como un peatón más
dibujando un camino
mientras borro mis huellas con lluvia.

golpearía de ser necesario
mientras grito, pues es necesario
asfixiar de lodo el pecho dolido
que vomita cieno sobre barro
concreto armado, cemento, cal...
paredes blancas de un corral
de cerdos negros y mareados
colesterol, estiércol, llanto
goteras en el techo de paja.
Yo llovería, si pudiera
con tanto grito y tanto golpe
goteando como un café pasado
sobre cemento y fuego.

jueves, 28 de febrero de 2008

Sonidos del más allá


Eran las diez de la noche y regresaba a la antigua casa de mi abuela en Breña después de haber pasado horas escuchando a un profesor en San Marcos que, a modo de martilleo incesante, nos repetía: la democracia es dialécticamente igual a la dictadura. Los nacionalismos inspiran esos arrebatos vengativos fortalecidos por aquella venenosa letra de la historia sujeta a fines totalmente personalistas. Yo lo escuchaba con cierta resignación académica y, por qué no decirlo, con la manía compulsiva de mirar el reloj cada diez segundos y pensar: a qué hora se calla este señor. Estoy de acuerdo, no creo en la democracia y menos en la dictadura, pero la voz del señor era insoportable.



El arma del proletariado es el conocimiento científico del marxismo-leninismo-maoísmo, lo demás es pura mierda capitalista. Su discurso me sonaba bastante conocido, como si en otras épocas, tal vez cuando era un primate y vivía mucho más civilizadamente, me hubiera topado con tremenda afirmación dictada fervientemente por otro sujeto como aquel profesor de mirada extraviada y a la vez iluminada en el salón amplio y verde de la Facultad de Derecho y Ciencia Política. Aquel sonido que formaban sus palabras juntas me daba la idea de estar escuchando a un espectro venido del sótano de la historia. Hubo un momento que, y sin proponérmelo, me quedé colgado mirando la ventana.


Afuera había una hermosa chica de cabellos crespos con una figura de éxtasis comprando, al parecer, unas separatas. La voz del profesor iba apagándose de a pocos por efecto de mi concentración tan morbosamente intensificada que iba escurriéndose entre aquellas curvas del delirio para terminar en sus delicadas manos que recibían las dichosas y anhelantes separatas. Su caminada era sensacional. Tenía ese andar típico de las pequeñas diosas en el Jardín de Eros cogiendo algún fruto para enamorar a cualquiera. Quién será esta chica, no debe ser de aquí, pensaba. Cuando en eso la voz del profesor se levantó como enardecida por algún afán de querer subrayar algo importante y, cuando miré su barbada y alucinada cara, me di cuenta que su dedo inquisidor me señalaba y dijo: a ver señor, haga un resumen de lo que he dicho en clase. Entonces cogí mis cosas, me levanté y respondí: pura mierda señor.


Me fui dejando un mar de risas que desembocaron en un qué cague de risa ese compare. Salí en busca de la pequeña diosa. No logré encontrarla en ninguna parte. Al parecer, y es casi noventa por ciento probable, no era de mi facultad por dos razones que saltan inmediatamente a la vista: era muy hermosa y porque en mi facultad no existen esos prototipos. En realidad es por una sola razón, pero quise plantear que eran dos para dejar bien en claro que en mi facultad la belleza no es precisamente lo que más pulula. Fui al kiosco de la innombrable y eterna señora de sonrisa amable. Digo innombrable porque nunca supe cual era su nombre. Compré un cigarrillo y un café bien negro. En aquellas épocas tenía la infame costumbre de fumar y beber café con cierta aspiración suicida.


Caminé por la rampa, di la vuelta en U y me encuentro con la pequeña diosa que iba subiendo la rampa. Me quedé observándola sin darme cuenta que el cigarrillo estaba casi totalmente hundido en mi café. La dulzura de su rostro me dejó helado, casi sin respiración, impregnado en su existencia de ángel que andaba impunemente dejando ese aroma encantado que desarrollaba el inevitable efecto de soñar, de fantasear, de querer arrebatarle un beso siquiera y luego morir de ser preciso. La seguí unos pasos con cautela para que no se de cuenta de mi enfermizo anhelo de solitario imposible. Hasta que entró a uno de los salones y cerro la puerta. Me quedé esperando hasta que termine su clase. Me senté en la banquita de madera que se encontraba justo al frente de su encantado salón y seguí leyendo mi novela. Recuerdo que estaba leyendo en ese entonces El amor en los tiempos del cólera, del increíble Gabo, sin saber que años más tarde la iba a ver en el cine y darme con la sorpresa que, aunque el film estuvo bueno, ya la hermosa novela de amor escrita por un convencido socialista terminaría siendo parte del repertorio Hollywodense. Devoraba las páginas con locura. Quiero aprender a tocar el violín, me dije.


Entonces la puerta del salón se abrió. Empezaron a salir los estudiantes, uno tras otro, uno tras otro, pero no salía la pequeña diosa. Hasta que el salón se quedó vacío y ni rastros de ella. Entonces vi mi reloj y ya eran cerca de las diez de la noche. Algo andaba mal sin duda. Mientras caminaba al paradero pensaba en las N posibilidades que me llevaron a ese rotundo fracaso. Tomé la combi con mi mano bien abierta y el cobrador me dijo: ya sube nomás chino, pero anda al fondo. La combi era una discoteca móvil. Las luces parpadeantes y de colores, el regetón a todo volumen y la apariencia del cobrador daban como resultado nuestra jodida ciudad. Baja Chávez… chaes baan tsss, pié derecho chino tsss, vaos tsss...


La discoteca móvil siguió su rumbo. Caminé la interminable calle fantasmal de Chávez mirando a todos lados, no por el miedo de que me robaran, sino con el anhelo de ver a alguien y no seguir sintiendo esa impresión de que alguien invisible me seguía los pasos muy de cerca justo detrás mió. Al fin llegué a la casa de mi abuela. Yo pasaba las noches solitario en dicha casa fantasmagórica de techo alto que, en alguna ocasión, se habían sentido gritos y pasos por el corredor que, no precisamente, habían sido sonidos reales, sino del más allá.


Me dispuse a ver un poco de televisión mientras cenaba lo que restaba en la olla. Pasaba de canal en canal sin decidirme que específicamente quería ver. Apagué la televisión apenas me vinieron las primeras cabeceadas fruto de la fatigada jornada que tuve aquella vez. No me acostumbraba a dormir con las luces apagadas ya que, aunque suene algo vergonzoso, le tenía miedo a la oscuridad, pero ojo, a la oscuridad de esa casa solamente. Así que fui a la cama. Hacía mucho frío, recuerdo. Ese agosto fue el más friolento de toda mi vida. Antes de quedarme completamente dormido, recuerdo, que pensaba en el rostro de aquella chica enigmática que vi en la facultad. Hasta que sonó el teléfono. ¿Quién podría ser si eran las tres de la mañana? Me levanté para contestar, pero el teléfono dejó de sonar. Cuando de pronto, por el pasadizo, el sonido de unos pasos llegando al umbral de la puerta que daba para el cuarto donde yo estaba se escuchaban cada vez más cerca. No sabía que hacer, me encontraba como preso en la cárcel imaginada por la presencia de aquel espectro que ya casi llegaba a la puerta. Yo grité un par de lisuras, y, al instante, aquellos pasos se detuvieron. No sabía si estaban cerca o si se habían desaparecido, o si todo ello era fruto de mi imaginación. Pero unos golpes fuertes en el techo me volvieron a esa inexplicable dimensión de los fantasmas a la hora de las brujas. Salí corriendo por el pasadizo sin importarme si veía algo extraño. Llegué a la puerta principal de la casa: puta madre, esta cerrada con llave. Me metí a la sala, cerré la puerta de madera apolillada, pero los golpes y los pasos seguían persistentes en su percusión de tormento. Pasaron casi dos horas, y los golpes y los pasos seguían allí, justo detrás de la puerta de madera apolillada.


Nunca había anhelado tanto la llegada de la mañana y su canto de gallo somnoliento, el sonido virgen de las aves matinales en aquellos árboles solitarios erigidos la misma cantidad de años que la cantidad de recuerdos escritos en su corazón sereno, pero la noche seguía persistente en la extensión de mis mayores miedos en aquella casa inmemorial de la abuela. Todo parecía estático, el reloj avanzaba lentamente como burlándose de mi temor y los murciélagos volaban por el techo gritando desesperadamente. Para esto yo había prendido la luz, el televisor, la radio, absolutamente todo aquello que emita algún tipo de sonido, porque hasta el fluorescente impartía un sonido de zancudo interminable. Sin darme cuenta me quedé dormido en la mesa. Cuando desperté tuve que apagar todo lo que había dejado prendido. Eran las siete de la mañana y las aves matinales le cantaban al alba legañosa de nuestro cielo limeño. Un día más de agosto, un día más de frío y soledad. Tenía clases en la universidad a las ocho de la mañana, así que salí cueteado.


Aun somnoliento, con las ideas borrosas por la mala noche y con el cuerpo al ritmo aún de mis temores, tenía ganas de ir a escuchar aquella clase. Cuando entré a la clase me di con la sorpresa que, justo delante, en una de las primeras carpetas, se encontraba la pequeña diosa observando al profesor con la ávida mirada de querer aprender todo el conocimiento existente en el mundo, a diferencia de mí que todo lo que quería en el mundo era el nombre de ese ser encantador. Me senté a dos carpetas de ella, y empezaba a mirarla: ojos negros, cabellos crespos, expresión dulce, delgada, sí, era ella, definitivamente. Cuando terminó la clase me dispuse a preguntarle su nombre, qué tal le había parecido la clase, qué opinaba de la democracia representativa, qué le parecía la tesis weberianas en cuanto a la organización pública, qué haría más tarde, si le gustaba el cine, etc. Entonces me acerqué convencido, con las palabras precisas en la mente y las manos controladas para que no se me note el nerviosismo. Cuando estuve muy cerca de ella, ella me dijo: yo te conozco. Cómo dices, le respondí. Perdí la concentración, las palabras memorizadas se me olvidaron de repente y mis manos empezaron a temblar. Ella me seguía hablando: sí, tú eres el chico del 248, te vi una vez cuando expusiste en la clase de Ñique. Yo me quedé perplejo, ya que nunca había llevado un curso con Ñique, pero le respondí: también llevas con Ñique, que tal si tomamos un café. Ella aceptó, y me olvidé de los fantasmas. Luego, como era obvio, se dio cuenta que no era yo aquel muchacho de la brillante exposición en la clase de Ñique, pero le gustó más mi apariencia a desinterés. Además, como le dije, en una clase con Ñique, cualquier improvisado aprendiz de los manuales es brillante. Yo, aquel día, la pasé muy bien con la pequeña diosa y le conté mi historia con los fantasmas. Ella, por cierto, se enamoró de mí.

domingo, 24 de febrero de 2008

Gangs of Water Box


No soy de Lima, y quizás sea uno de esos provincianos nostálgicos que creen que todo tiempo pasado fue mejor y que las costumbres de su pequeño pueblo eran mucho más sanas que las que uno presencia en la ciudad capital, al menos en el populoso distrito (que quiere ser provincia) de San Juan de Lurigancho y en su escape obligatorio: El Rímac. Puede que sea una visión miope de las cosas. Más o menos así: "Recuerdo que cuando yo era niño los carnavales eran solamente tirarse agua salvajemente desde las ventanas o las azoteas o ir por ahí con las manos embarradas de betún, pintura, talco y manchar a las chicas que pasaban, y de yapa que te ganabas alguito. ¡Oh, qué bellas épocas!".

Febrero es uno de los meses más calurosos del año. Más aún en una ciudad hacinada y mal gastada como Lima. Salir los domingos para cualquiera que no comparta el carnaval es un suplicio, así que era mejor quedarse en casa trabajando. Y aquí en Caja de Agua, lo he visto pasar ya durante tres semanas seguidas los muchachos del barrio creen que jugar los carnavales es formar dos bandos (a lo Pandillas de Nueva York), quitarse los polos, y atacar al otro grupo contrario, tan desnudo, pintarrajeado, sucio y salvaje como el otro, en plena vía pública y frente a mi casa.

La pregunta es ¿por qué? Ahora trabajaba tranquilo, pensando que ya con que las veces pasadas haya pasado la policía espantando a la muchachada había bastado para al menor simular que se vive en un barrio calmado, y de pronto, el primer alarido, la corrida en tropel y la conchasumadreada generosa... ¡Canta, oh pélida, la cólera del piraña enardecido! Empezaron a atacarse, bajando desde la zona alta de la urbanización hasta la altura de mi casa, que es la salida de toda la cloaca, desnudos, embarrados, etc., etc., con los polos enrollados, hechos nudo en un extremo humedecido (supongo que con agua) o untado de pintura o talco (o cal, ya ni sé), con el que golpeaban, griegos a troyanos, kantianos a hegelianos, vargasllosianos contra garcimarquecinos... estos muchachos se toman las peleas doctrinarias muy en serio.

Un mendigo loco en la calle, inmovilizado por la pelea épica simulaba quizás ser un Homero degenerado. Y pasó la polícía, y huyeron, y volvieron y siguieron. hasta que los que se ubicaban en la parte más pegada a la avenida Próceres de la Independencia cojieron a uno que arrastraron unos metros mientra un station wagon casi los atropella a todos. Más tarde un mototaxi arrolló a uno de ellos. Lo más sorprendente es la actitud de los vecinos, que, quizás acostumbrados a este tipo de espectáculo, o quizás creyendo que es una manifestación cultural de la subcultura Caja de Agua, solo miraban, incluso desde sus ventanas, me incluyo. Solo una madre, que reconocío a su hijo en medio del jolgorio, empezó a carajearlos como se debe.

–¡Christian, no tomes fotos! ¡No te metas!

En el fondo, la preocupación de mi familia es (en esta parte del globo) tristemente racional: si no te metes con ellos, ellos no se meten contigo, es decir, podrás seguir llegando tarde a casa sin que te asalten, podrás dormir con la ventana abierta sin que te salten las lunas rotas al rostro, podrás traer a tu flaca sin que la espanten.

Esa es la sociedad que nos rodea, en la parte más populosa de Lima. Hace unos días vi un reportaje en la televisión donde se mencionó que la policía incluso había empezado a detener personas que jugaban salvajemetne el carnaval y que molestan a los transeúntes. La mayoría de las imágenes no eran precisamente de SJL, sino más bien del Rímac, ruta obligada de todos los que vivimos aquí y tenemos que salir a trabajar por ahí. No hablemos del pésimo estado de las pistas de ese distrito, solo del gran peligro que significa estar en un bus, en una combi, a pie o como sea al mediodía, en el cruce de las avenida Prolongación Tacna y Francisco Pizarro.

Regreso a mi nostalgia provinciana (con el respeto de un tal Cachuca, artista caldodegallinecero) cuadno recuerdo esa parte del reportaje donde se mencionaba la sana forma de cómo se celebra el carnaval en Lurín, entonces pienso que tan equivocado no estoy. ¿Por qué permitimos estas cosas? Sin mencionar que gastar así el agua me parece incorrecto, se demuestra con esto que nuestor nivel cultural ha dado una peligrosa curva descendiente que nos ubica muy cerca al primitivismo. Si hay una manera de salvar la ciudad, es salvándola de este tipo de espectáculos. ¿O solo esto pasa en Caja de Agua? No: el salvajismo se convirtió en sinónimo de carnaval, la matachola nos condena. Y mi nostalgia me engaña: los desmanes han sido parte del carnaval siempre.

Voz en off (lo tomo de la página de la Munipalidad Metropolitana de Lima): "En la década de 1920 bajo un discurso modernizador se renovaron las fiestas de los carnavales. Se había criticado constantemente a esta fiesta por sus 'celebraciones violentas que atentaban contra las buenas costumbres' incluso se mencionaba que el Carnaval de Lima se encontraba en una etapa de 'decadencia'. En 1923 la Municipalidad de Lima reorganizó el Carnaval, durante tres días se realizaron corsos multicolores, bailes y retretas. Se reprimió el juego con agua siendo reemplazado por las serpentinas y chisguetes, en fin, Lima se convertía en una fiesta general. El Municipio encargó la filmación de la película del antes y el después de la fiesta a una compañía norteamericana..."

En fin, mientras seguiré siendo un neoyorquino más de las Cinco Esquinas.


Cuando las hordas se van, la calma vuelve

Fuente de la foto en sepia: Biblioteca de la Munipalidad de Lima

No vamos a ver Rambo

En un taxi S., E. y yo, además del taxista de camisa hawaiana, claro, nos dirigíamos hacia el aeropuerto. Para ir, tuvimos que ir por Bertello y Tingo María, para no toparnos con la bombardeada avenida Venezuela, ni con la destrozada avenida Colonial. A la mitad de la ruta nos dijimos que la persona a la que buscábamos allá en el aeropuerto (que queda en la av. Faucett, muchas obras después de donde estábamos) era muy probable que no estuviera. Nos fuimos mejor al cine.

–Ah, van a ver Rambo –dijo entusiasmado el taxista.

Nos reímos, antes de renegar por el bache que nos aplastó las espaldas, la frenada para evitar la coaster que nos enviaría a la otra y la puteada gratuita a la mitad de la avenida. Los agujeros están por todos lados, las obras de Castañeda también. Tomemos nota: Plaza Grau, Paseo de los Héroes, av. Próceres de la Independencia en SJL, Habich, Venezuela, Colonial, Paseo Colón, solo menciono con las que siempre me topo.

–No, señor, no vamos a ver Rambo.
–Espero que lleguemos a ver No country for old men.
–¿Esa es con Rambo también?

Bache, taxista puteando, y acordándose de Castañeda.

No está nada mal que nuestra ciudad mejore, pero, que esas mejoras nos molesten... he ahí un contrasentido. Sin el menor atino cierran avenida, no planifican bien las rutas alternas, mueven congestionamientos de un lugar a otro. Nos matan lentamente, en mi caso, creo, de cirrosis.

Ahora se anuncia que se iniciará la recuperación de la José Granda, desde el tramo entre Begonias y Universitaria. Pobre gente, no creo que vaya al Coño Norte en un buen tiempo. Qué pena. Castañeda, deja de matarnos.

Estás muerto


Hoy, durante el día, tuve una sensación de fastidio incontrolable. Hubiera preferido no haber salido nunca de mi casa y haber evitado aquellas miradas rudas y fruncidas de la urbe cataclísmica del medio día. El sol, tal cual un ojo ardiendo a millones años de distancia, calcinaba las últimas ideas claras y positivas que me restaban. "Hay que tener coraje para enfrentar este demonio todos los días", decía el señor que reparte los periódicos todas las mañanas observando, con cierta vocación de relojero, las monedas que le di por dicho diario. Pues sí, hay que tener una creciente vocación de miseria para vivir feliz en esta ciudad. Hoy me sentí gris, sorprendido por la mediocridad a plena luz del fuego hasta sentirme, como habitualmente, una partícula más de una gran masa informe venida de alguna irónica certeza de la historia. Las paredes descascaradas me daban la impresión de andar entre libros viejos, entre cavernas del tiempo del primate civilizado, o entre asteroides desolados que en realidad fueron parte del mundo de otras vidas. Caminaba por la cuadra uno del jirón Azángaro y divisaba los barrocos contornos del palacio de gobierno y pensé: la puta, que jodido calor. Crucé la pista y me compré una coca-cola helada en una tiendita acogedora donde atendían dos mujeres jóvenes: una muy hermosa y la otra muy buena gente. Presentía que iba a ocurrir algo inimaginable, sorprendente, pero sólo fue una sensación pasajera fruto de mi propia confusión. Ya en la Catedral Zavalita me decía: Lima esta jodida. Cuando pienso en mi ciudad y cierro los ojos, inevitablemente, me viene la imagen de una pista con cráteres y sujetos del color del plomo parados en las esquinas extendiendo un balde sucio para recibir alguna moneda feliz lanzada desde los carros. Mi silencioso camino de reflexión fue interrumpido por la agudísima voz de gorrión de la señorita buena gente. Los dos soles que me debe, me dijo. Le pagué y seguí caminando por Junín y luego por la plaza mayor. Me acerqué a la pileta y me di cuenta que en ella estaba grabado mi apellido materno: Sarmiento. Mi apellido en la plaza mayor de Lima y yo la sombra kafkiana del solitario aroma a fracaso. Pensé: esto es una maldición. Pero, cuando di la vuelta, observé que me encontraba solo. El último sonido de aleteo de alguna paloma se perdía entre las paredes que daban a la calle de la bandera. No había absolutamente nadie. Las calles solitarias y silenciosas parecían contemplar impávidas mi perplejo rostro que iba entre el asombro y el miedo. Caminé por los jirones comerciales y las tiendas estaban cerradas. Ya no había esos sonidos a tráfico de medio día, ni esa insoportable disonancia de los transeúntes enloquecidos y agobiados por el tórrido verano inspirado por el Niño. Me encontré solo, realmente solo. Empecé a gritar para ver si alguien podía escucharme, si alguien podía darme razón de aquel hecho tan impresionante. Es imposible, pensé. Me senté en una de las bancas de piedra de la plaza y prendí un cigarrillo. Cuando en eso, al voltear el rostro para mirar la Catedral de Lima, en las escaleras se encontraba una niña que no pasaba de los diez años de edad. La niña estaba vestida con un traje de encajes color celeste y unos zapatos de charol que brillaban al reflejo del sol. Caminé hacía ella. Cuando estuve a un metro de ella le pregunté de donde era y que si sabía algo sobre todo esto. La niña me miraba sin inquietud, con ojos sabios que iban estudiando cada gesticulación mía, cada movimiento, cada respiración agitada que daba por saberme inmerso en algo tan incomprensible. La niña seguía mirándome sin detener sus sabios ojos que iban registrando cada detalle de mi rostro, de mi ropa. Yo le pregunté nuevamente: quien eres y qué esta pasando. La niña, casi al borde del final de la última palabra pronunciada por mí, respondió: estás muerto. No, es imposible, le dije, cómo iba a estar muerto si me encuentro de pie y fumando. Y otra vez, estás muerto. La situación empezó a aturdirme sobremanera, mis manos empezaron a temblar fuertemente y una inevitable sensación de querer llorar me vino derrepente. Caminé unos pasos como perdido, sin encontrar el hilo de una posible explicación a todo esto. Mi temor incrementó más cuando me di cuenta que la niña ya no se encontraba sentada en las gradas. Estoy muerto, me decía. Me rehusaba a asumir mi estado de fallecido. Cuando, de pronto, el sonido de los carros empezó nuevamente a llenar ese vacío insoportable de la desolación, las voces de la gente atropellándose hasta configurar el ritmo decadente y ensordecedor de la urbe en movimiento, las tiendas abiertas seguían con su negocio de ofertas y el sol empezó a quemar más fuerte que antes. Me sentí aliviado de sentir nuevamente el giro incansable de la historia y de sus instituciones decadentes, de volver a sentirme parte de todo y a la vez absolutamente de nada. Empecé a caminar, a toparme con la gente, a saludar a al gente y a gritar. Pero nadie me hacía caso, nadie reparaba de mí ni de mis gritos ni movimientos. Por más que me topaba con la gente y trataba de empujarlos era imposible. Y la niña, nuevamente, me quedó mirando con sus ojos inmensos y penetrantes, sabios y profundos, y me sonrió. Realmente estaba muerto.

Poesía de acantilado


Te quiero…

Cinabrio atardecer…
Te quiero
Limonera plebeya
Sangre de balcón
Guitarra de hueso enmudecido
Rosa perfumada por el delirio
Te quiero
Atenea de barro
Sol de ventana
Verso ciclópeo en la nube lerda
Beso enamorado en los pasillos
Te quiero
Mujer de madera
Carpeta de ilusiones
Silenciada luz del madrigal
Luciérnaga de mi vía láctea personal
Te quiero
Vocecilla de gorrión
Paloma duenda
Vestido de verano al viento
Zapatitos de charol cuando sueñas
Te quiero
Palabra intensa
Sonrisa inquieta
Desvelada noche de poesía
Universo de papel cuadriculado
Te quiero
Paloma duenda
Mujer de madera
Atenea de barro
Limonera plebeya.

Versión de Reo Libre

Cuando hable con Hernán para hacer este blog se lo comenté a él justamente porque está tan jodido de la tutuma como yo. Además es el único al que encuentro en el Messenger a estas horas con la suficiente cantidad de neuronas prendidas. Así nació el Claroscuro limeño, entre corridas de pirañas en Caja de Agua, cantos de gallo en la cuadra 16 de Las Flores y trabajos nocturnos en la computadora.

Es un espacio en el cual podríamos expresarnos de una forma en la que quizás no pueda hacerlo en el otro blog, pues el otro es más pustulante, ahí vuelco todo lo que me hace añicos el corazón. Aquí pretendo por el contrario parecer inteligente, contagiar a alguien de alguna lepra mental para que se pique, comente, nos mente a la madre, y luego tomarnos unas chelas de ser preciso.

Sí, puedo parecer inteligente, mucho más si no duermo más de 30 horas seguidas. Nuestor propósito es quemarnos el hígado y el cerebro, "croniquear" Lima, llenarla de estampitas como álbum de Kiko, hacerla un poco más personal.

Lo intentaré en fa menor sostenido

Si vas al cine...

Procura que no estés en un horario donde solo te encuentres con parejas que antes de irse al telo fueron a ver lo que había en la última función, donde usualmente no hay comedia romanticona ni mamotreto hollywoodense, sino, posiblemente, alguna película de los hermanos Coen o quizás There Will Be Blood. O sea, alguna película que los obligue a pensar. Eso claro, si es que te incomoda mucho las sesudas opiniones de alguna desdichada fémina que solo está relojeando y no le pone ni una pizca de atención a lo que ve.

Claro que si todo eso te importa un pito, déjalo ser. Total, tú fuiste a ver buen cine... no a hacer hora para ir al telúrico.

A modo de presentación del Claroscuro limeño

La idea de este blog es simplemente crear un pequeño espacio virtual para propagar la peste del librepensamiento con la tinta de nuestras huellas digitales y con la rima de nuestras propias elucubraciones, naturalmente, sin sentido. Pensar en la mixtura de nuestra ciudad nos lleva, inevitablemente, a la certeza de que vivimos en el claroscuro cotidiano del fracaso y del higadito humeante de vaho contaminado en las esquinas de nuestra perentoria realidad limeña. La oda fraterna de los inimaginables pero existentes seres del sector oscuro de nuestra ciudad de reyes arlequines son, justamente, la masa persistente y agobiada por la lluvia de ácido bórico lanzada desde los puentes: el loco bajo su propio silencio de alucinante sueño sobre rieles, el pequeño harapiento que guarda los carritos de la mazamorra y el arroz zambito de la Alameda Chabuca Granda, el burócrata del papel somnoliento caducado hace miles de años, el olvidado balcón colonial pintado los veintiochos de julios, el presidente elegido por la trampa de la democracia endeble, el corruptor y el corrompido ladrón de pan negro, las institucionalidad de la intolerancia y la pendejada, la viveza criolla a flor de piel, la espeluznante cara de la historia y la fábula cabalgante del zorro de abajo orinándose en las paredes del sueño arguediano. Vallejo calla su pluma y muere en París bajo la garúa del jueves nostálgico fenecido en los claroscuros nubarrones de sus heraldos y de sus dados eternos. Este es un espacio virtual, para caer en esa jerga cibernética y postmoderna, que sirve para hacerte pensar un poco sobre aquellas cosas que ves diariamente sin amor al caminar respirando ese aire denso de la incertidumbre. Leamos juntos, entonces, nuestra historia, nuestra literatura, nuestra poesía, nuestra política, nuestra cultura en general. No hay otro objetivo, no se pretende construir nada, ni tampoco proponer nada, sólo pensar un poco nuestra realidad usando palabras escritas en español que juntas puedan darte la idea de un espejo.